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Entrevista: Ángela Martín del Burgo entorno a Dónde la muerte en Ámsterdam (2017)
El viaje, metáfora de la vida como camino y búsqueda, es el medio idóneo para franquear lo desconocido y acceder a la otra cara de la realidad.
La escritora Ángela Martín del Burgo

—Ha llegado a las librerías su nuevo poemario “Dónde la muerte en Ámsterdam” (Editorial Cuadernos del Laberinto), un recorrido por ciudades simbólicas, por el amor, por el paso del tiempo y por la muerte. ¿Qué representa Ámsterdam en esta hechizante amalgama?
—El poemario está dividido en cuatro partes y la última, “Dónde la muerte en Ámsterdam”, es la que da el título al libro. El libro es un recorrido, efectivamente, por el tiempo, el amor y la muerte. Citando a Heidegger, ser en el mundo, ser con los demás y ser para la muerte. Allí escribo que el hombre es camino fronterizo y la poesía franquea esas fronteras, las recorre, las habita. “La frontera del amor, en su cercanía cautivadora con el otro, y en el lugar habitado y habitable que son las ciudades; la frontera con el tiempo en el río navegable que es la vida; y la frontera con la muerte, esa ausencia sin nombre, que da razón de ser a la vida y le infunde todo el sentimiento trágico y la aureola dorada de nostalgia y melancolía”.

Ámsterdam era la última ciudad en el camino vital y poético. De ella surge la pregunta que también está presente en el resto de las ciudades y del poemario, la pregunta sobre la muerte, esa ausencia sin nombre, que, hemos dicho, da razón de ser a la vida del hombre. La muerte está presente ya en la primera parte, en el binomio amor y muerte, y desde el primer poema, Era un anochecer de agosto, en el que los ojos del amado compiten en su misterio y en su atractiva promesa con los de la muerte.

—¿Cuál es el trasfondo central de este nuevo episodio poético? ¿A qué se debe esa pregunta que es el propio título del libro?
La pregunta “Dónde la muerte en Ámsterdam” remite a uno de los grandes tópicos de la literatura; es este el Ubi sunt? ¿Dónde están aquellos que han vivido en otro tiempo y dónde se esconde la muerte, personificándola, la muerte y los muertos? Es la pregunta que suena reiteradamente, por ejemplo, en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique cuando dice:
“¿Qué se hizo el rey don Joan? / Los Infantes de Aragón / ¿qué se hizieron? / ¿Qué fué de tanto galán, / qué de tanta jnvjnción / que truxeron?” Y en esta otra, “Tantos duques excellentes, / tantos marqueses e condes / e varones / como vimos tan potentes, / di, Muerte, ¿dó los escondes / e traspones?” (Ortografía siglo XV).
Este tópico, el Ubi sunt?, no han dejado de cultivarlo poetas en las distintas literaturas y tiempo.

—Una parte de “Dónde la muerte en Ámsterdam”está centrada en los viajes, en ciudades como Madrid, Bilbao, Sevilla, Valencia, París, Burdeos, Nantes o Lisboa, entre otras. Y además usted misma nos recuerda en el epílogo que “Es el hombre camino y es frontera, territorio fronterizo”. ¿Es su poesía un recorrido o un mirar atrás desde el camino?
En el epílogo escribo, efectivamente, que “La vida del hombre es camino, camino que ha de hacerse; que es misterio, sueño, tiempo...” y que, al cabo, como pensaba Novalis, la vida del hombre es metáfora.
Como ya he dicho en otro poemario, el viaje, metáfora de la vida como camino y búsqueda, es el medio idóneo para franquear lo desconocido y acceder a la otra cara de la realidad.
No es necesariamente un mirar atrás. Azorín, uno de mis escritores revisitado, dijo que todo es presente; que “No hay más que un plano del tiempo, y en ese plano –presente siempre– está todo. Junto a nosotros presentimos como presentes el pasado y el futuro”. Él nos habla de la sensación de una eternidad presente, en la que todos, los muertos y los vivos, estaríamos a la par, viviendo el mismo tiempo, “siendo uno y otros todo, o no siendo nadie nada”. Esto es esperanzador; es muy grato para mí leerlo y sentirlo, y creo que lo podría ser también para los demás.
Recordemos aún a Antonio Machado quien escribió que la poesía es la palabra esencial en el tiempo.

—Otra parte, la más corta en páginas, pero una de las más intensas, la sitúa en Daimiel, donde rememora su infancia. ¿Es de nuevo un guiño al tema eterno del paso del tiempo?
Los poemas de Daimiel surgen de un cambio de actitud vital, resultado de un haber transitado por las distintas etapas de la vida: infancia, adolescencia, juventud, madurez... En la última etapa se ha pasado de la acción a la contemplación. En un poema no publicado aún, pero que pertenecería a este mismo ciclo, se dice:
“Han pasado hombres y cosas. /Y tras tanto festivo estruendo, / tras tanta alegría gozosa, / tras tanto rumor compartido, / una persona sola en la casa / vela, sueña este sueño y trabaja”.
De la alegría festiva de haber habitado esa casa en anteriores etapas y cuyas paredes parecen guardar un eco de otrora, surge el vacío, la ausencia del escenario habitado y de aquellas personas que lo habitaron, y la meditación o la contemplación.
“Los actores hace tiempo que hicieron mutis por el foro”, se dice en otro poema también inédito, “y alguien, solitario entre papeles, escribe y sueña”.
Esta parte incluye también un poema eminentemente descriptivo titulado “Tablas de Daimiel”.

—Su obra está teñida de referencias literarias. No olvidemos que usted ha sido profesora de literatura. ¿Cuáles son esas obras fundamentales o clásicas que no deja nunca de recomendar, y, por favor, amplíe también la recomendación a algún autor actual?
Citaría a unos escritores, fundamentalmente novelistas, Marcel Proust, Dostoievski y Kafka; por parte de los españoles, Cervantes y Baroja. En cuanto a poetas, Pessoa, Baudelaire, Antonio Machado, Cernuda...
Recomendar a un autor actual es difícil. Hay que tener presente la perspectiva que concede siempre el tiempo. En estos momentos estoy leyendo una novela de Alberto Moravia, La vida interior, una obra incómoda y desenfadada, y la recomiendo. Y ya que hablamos de escritores italianos, siempre, Pavese.

—¿Qué logra con la poesía que no tiene la novela negra, género que cultiva con gran éxito?
Poesía y novela requieren una distinta actitud vital, además de, por supuesto, una distinta técnica, estructuración formal y temática. Ambas discurren por mí como si me atravesaran, como si, más que el ejecutor, yo fuese un medio a través del cual pudiesen suceder cosas. La novela necesita una continuidad, un método de trabajo diario como el de un pintor, como el de un artesano. No así para mí la poesía. La poesía, en determinados momentos, como sucede con el amor, me exalta. Por eso se habla de inspiración. Me asalta, especialmente, en el viaje, en el camino (Mi poesía quizás sea, en este sentido, una poesía de viaje desde el camino), en el amor, en la rememoración del tiempo pasado, en la indagación del misterio y de lo desconocido frente a la falsedad de la realidad, en la contemplación del instante, buscando en este por medio del lenguaje la perpetuación, una difícil eternidad.

—¿Qué le pide a la vida?
A la vida le pediría que sea piadosa conmigo. Quizás sea pedir demasiado.



Entrevista: Ángela Martín del Burgo entorno a El mundo entero pasa por Marsella (2015)
El hombre está condenado a esa libertad de actuación; es responsable de cuanto hace.
La escritora Ángela Martín del Burgo

— Acaba de llegar a las librerías su nueva obra “El mundo entero pasa por Marsella”, ¿qué se encuentra el lector tras este título tan literario y original?
— Se encontrará tras los pasos de André Dreujou, un adolescente al margen de la sociedad y de los valores imperantes. Recorrido el suyo que no puede eludir el enfrentamiento a los caminos de la libertad, en expresión de los existencialistas. El hecho de que sea un adolescente el protagonista, a la búsqueda de un camino vital, de un lugar en el mundo, hace que pudiésemos incluirla dentro de las denominadas novelas de formación, aprendizaje o iniciación, pero trasvasada en esta ocasión al género negro. Hay en ella un sustrato de pensamiento, cuyas claves y conocimiento será un reto para el lector. También encontrará un estilo literario. Y, por último, un homenaje a esa bella y singular ciudad que es Marsella.

—¿Qué le mueve a escribir novela negra?
Citaría tres elementos que son de mi interés: La presencia y obsesión por la muerte, que es la gran puerta que nos queda por abrir y, con ella, el gran misterio de la vida. La encrucijada entre el bien y el mal y, por tanto, la búsqueda de la verdad y la posibilidad de la crítica social. Y, por último, un elemento formal, la estructura clásica y cerrada, que recibió tan gran homenaje por parte del gran escritor Jorge Luis Borges.

—El próximo domingo presentará “El mundo entero pasa por Marsella” en el Festival de Novela Negra Getafe Negro, que dirige Lorenzo Silva y que cuenta con un gran prestigio. ¿Qué supone participar en este certamen, cómo es el encuentro con sus lectores?
Es la segunda ocasión en la que asisto a ese Festival de Getafe Negro. Ya lo hice en 2012 con la novela Asesinato en la Gran Vía, también editada por Cuadernos del Laberinto, y tuve la oportunidad de saludar por primera vez a Lorenzo Silva. Con relación a la segunda pregunta, el encuentro con los lectores, tengo que decir que cada vez recibo más sorpresas por parte de esos desconocidos lectores. Sorpresa y esperanza, pues es a ellos a quienes, en la soledad de la creación, me dirijo.

—¿Cómo logra situarse en la barrera entre el Bien y el Mal, es este el lugar del que parten todas las emociones?
Sin duda alguna; es la posición y el punto de vista en el que hay que saber situarse, y es tarea ineludible de la vida de cada uno. Que la vida no nos la den hecha, que cada uno tenga que hacerla, tenga que inventarla –y de ello habla también mi novela-, que no haya una naturaleza humana, absoluta y determinante, significa que la libertad de actuación es irreemplazable y que la responsabilidad, derivada de la misma, lo sea también; es más, el hombre está condenado a esa libertad de actuación; es responsable de cuanto hace. Aquí los existencialistas coinciden con Cervantes cuando dice que el hombre, cada hombre, es hijo de sus obras.

—¿Qué recomendación daría a los jóvenes que empiezan a escribir?
Que sepan que tienen que recorrer un camino arduo de sinceridad y de búsqueda de autenticidad, en contraposición a lo que predomina en nuestros días: la búsqueda del éxito y del dinero.



Entrevista: Ángela Martín del Burgo entorno a Asesinato en la Gran Vía (2012)
Unos cuantos versos pueden atesorar en sí muchas páginas de una novela.
La escritora Ángela Martín del Burgo

— En su novela "Asesinato en la Gran Vía" nos muestra al protagonista, Raimundo, un personaje excéntrico, que procesa un amor enfermizo a su esposa, Julia, ya fallecida, que casi podríamos calificar de necrofilia, dada su afición a visitar tanatorios y esa obsesión por recrear los últimos momentos de su vida. ¿De dónde parte esta idea morbosa y cómo fue el proceso de creación y escritura de la novela?
— La novela parte de una motivación íntima, sentimental, y de este núcleo vivencial irradia, como diría Freud en su Psicoanálisis del arte, una sublimación literaria. De esta manera, la vivencia amorosa y el mundo de los sentimientos adquieren un peso en la obra. Psicologismo, del que se ha hablado en alguna reseña, al catalogarla de thriller psicológico, unido a una investigación policial.

Por otra parte, ese amor excesivo, más allá de la muerte, que es el del personaje protagonista del que usted me ha hablado, en disonancia con la actualidad, es un amor que podemos tachar de romántico. En este sentido, la novela "Asesinato en la Gran Vía" vendría a enclavarse en un nuevo romanticismo —se ha dicho que todos los principios de siglos se parecen—, en contraposición con las circunstancias presentes, y cuyo "revival", pienso, sería muy de desear.

Dicho esto, en un espacio físico concreto —y recuerdo que Baroja escribía que, para comenzar a escribir una novela, necesitaba siempre, entre otras cosas, de la visión de un espacio físico—, en un espacio concreto, repito, atravesando el puente del Manzanares, antes de la remodelación, veo surgir en mi imaginación a ese personaje, Raimundo, y yo sigo su caminar, su vida, averiguo dónde vive, de qué otros personajes se rodea, cuáles son sus inquietudes, qué obsesiones le atormentan. Y ello, como decía Henry James, novelista de mi predilección, que había que hacer con la ficción, como si se tratase de una tarea histórica. Y la novela va creciendo y desarrollándose, hasta llegar a las cerca de 350 páginas.


— Usted ya había usado otros géneros literarios, ¿por qué en esta ocasión se decanta por la novela negra?
— He cultivado todos los géneros literarios, a excepción del teatro, aunque gusto mucho del diálogo y hay mucho diálogo en mis novelas, trasunto de la manera de ser y actuar, y de la caracterización de los personajes. Pero desde mi primera novela publicada, "Cenizas sobre un mar de agosto", en el año 2000, hay un guiño y un homenaje a la novela policíaca. Pese al asunto, una relación amorosa entre mujeres, en su acción tiene lugar un suicidio homicidio; en ella interviene ya un policía, el comisario Óscar Gómez; pero, sobre todo, la estructura de la novela, cerrada —se desenvuelve en un flash back—, es propio de la novela policíaca, cuya estructura clásica fue tan homenajeada por Borges. Por lo demás, en ella hay un recuerdo de la novela de Patricia Highsmith, "Carol", que también desarrolla una relación amorosa entre mujeres de una manera policíaca, y de "Entre mujeres solas", del gran narrador italiano Cesare Pavese.

Tengo que decir también que Georges Simenon, a quien considero un gran escritor, ha sido para mí quien me ha abierto las puertas de este género. Sobre él escribí un artículo titulado "Bajo el signo de la revuelta: las novelas de Simenon. El sentido de la literatura".


Mi segunda novela publicada, "Ningún camino de flores conduce a la gloria", pese a toda la literatura implícita en ella, es ya una novela policíaca. Como tal, fue presentada en la librería Estudio en escarlata y está incluida en la página web de Negra y Criminal.

— ¿Es Madrid en "Asesinato en la Gran Vía" uno de los personajes de la novela o situó en esta ciudad la acción por proximidad y conocimiento?
— Considero que Madrid es personaje protagonista de la misma. Hay en la novela un gran poder evocador de esta ciudad. Y, como antes le he dicho, la acción misma de la obra y sus personajes brotaron de un espacio físico muy concreto. De sus calles y de los recorridos que nos brinda surge el misterio de sus páginas.

— ¿Cómo valora el despliegue en el mercado de la novela negra nórdica cree que es una moda o añaden algo al género?
— Le citaría a Henning Mankell, a quien yo he dedicado un espacio en mi artículo titulado "Dos momentos de la novela policíaca: "Laura" y "Asesinos sin rostro" (De la novela psicológica a un nuevo asesino anónimo y colectivo)". Allí escribía sobre cómo "Asesinos sin rostro", del citado autor sueco, presentaba nuevos crímenes como resultado de los nuevos movimientos sociales de inmigración, de masas de refugiados en demanda de asilo político, en Suecia, su país de origen. Y es que tarea y función social del escritor, como decía el gran poeta Fernando Pessoa, es analizar la realidad social y criticarla.

— Aparte de la novela, cultiva la poesía. Ha publicado los libros de poemas La mirada asombrada, Caducidad de lo real y Poemas de viaje; y ha sido incluida en antologías como Mujeres y café, Enésima Hoja, Atlas poético y en Homenajes publicados por el Ateneo de Sevilla, entre otras. También ha sido traducida al italiano y recibido premios por ello. ¿Qué le aporta la poesía que no tendría la narrativa?
— Escribo, siempre que tengo libre una mañana, la novela que en cada momento tenga entre manos. Pero mi relación con la poesía es distinta. La poesía fue el género que me visitó en primer lugar, siendo niña, y después he seguido cultivando. Ahora escribo poesía cuando literalmente me asalta; y yo le agradezco mucho que me siga visitando y no me haya abandonado. Unos cuantos versos pueden atesorar en sí muchas páginas de una novela.

— ¿Qué es poesía?.
— Los surrealistas decían de ella que era el asalto de fuerzas irracionales que, rendidas, vendrían a posarse delante del hombre.

Bécquer establece una diferencia entre la poesía, que no ha de morir, y el poeta, "invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma /al mundo de la idea"; o vaso de "perfume misterioso", "desconocida esencia".

La poesía es una revelación, una revuelta, por cuyo medio, y a través del lenguaje, se abre una fisura en la realidad y nos descubre la falsedad de la misma.

Antonio Machado la definía como la palabra esencial en el tiempo.

Yo diría aún que la poesía salta sobre el precipicio del tiempo y nos conduce, franqueando lo desconocido, a un más allá atemporal.


¿Cuáles son sus planes literarios? ¿En qué está trabajando?
En una nueva novela policíaca, que, por cierto, llevo bastante avanzada, compaginándola con la poesía, a quien le concedo siempre la atención debida, cuando, como antes he dicho, consigue derribarme, literalmente asaltándome.


Madrid, 20 de noviembre de 2013

Puedes leer a Ángela Martín del Burgo en:
Dónde la muerte en Ámsterdam, Ángela Martín del Burgo

Dónde la muerte en Ámsterdam
Ángela Martín del Burgo


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El mundo entero pasa por Marsella. Ángela Martín del Burgo

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