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Entrevistas: MIGUEL ÁNGEL DE RUS
El mundo no ha cambiado por la pérdida de influencia de las religiones, sino porque la luz eléctrica te permite vivir de noche, porque la medicina te permite hacer excesos que antes no podías, porque vives en un punto del planeta y al mismo tiempo vives en todos.
MIGUEL ÁNGEL DE RUS


— En su libro "La civilización y la nada" recurre al tema clásico del desprecio del mundo. ¿no le ve solución? ¿no cree que el desprecio es un síntoma de agonía? ¿Por qué esa huída de la realidad?
— Separarse “del mundo” es una actitud humana que se ha dado en todos los tiempos, con diversas excusas: hay quien se hizo misionero y se fue a lejanas tierras, hay quien prefirió ser eremita, enclaustrarse en un convento, ir al descubrimiento de América o ser voluntario en la guerra de Grecia. Pasadas las primeras décadas de vida en la que crees que el mundo puede cambiar, comprendes que miles de años de civilización pesan demasiado; siguen existiendo la inmensa mayoría de los males de milenios atrás, aunque –es cierto- la evolución de la tecnología y la ciencia hace que el mundo sea más habitable, pero ello no implica que la sociedad sea grata o incluso soportable, por ello hay quien prefiere retirarse a cultivas su propio pedazo de huerta –la gran enseñanza que Voltaire nos dejó en Cándido- y hablar con viejos amigos sabios, que generalmente son los libros, o drogarse y dejar volar la imaginación y los sentidos, o recluirse en los recuerdos o las fantasías. En mi caso la huida de la realidad tiene que ver con unas expectativas desmesuradas; desde muy niño amé por encima de todo la belleza, la inteligencia, pensé que el hombre debe “construir” como si fuera a vivir para siempre, y esa es una actitud que provoca un choque brutal con la realidad. Algún tiempo piensas en intentar que todo cambie, luego comprendes que no eres nadie para cambiar nada. Millones de cerdos hozando en el fango no pueden equivocarse. No pretendo convencerles de nada, no soy nadie, no hablo su mismo idioma. ¿Por qué mis ideas son mejores que las suyas si ellos son felices así? Los protagonistas de los dos relatos de “La civilización y la nada” pensaron lo mismo y se alejaron de la piara. El problema surge cuando esa civilización te persigue.

— Usted es uno de esos pocos escritores que sabe provocar con gracia y educación y encima escribe como los ángeles. Usa esa postura, es decir, desde arriba, para situar a su narrador.
— Hay tres posturas esenciales para narrar; a la altura del protagonista, mirarle desde abajo, o desde arriba. Hay quien dice que escribe conversando con el protagonista. En fin. Mirar desde abajo al personaje es el planteamiento de “El conde de Montecristo” o “Cyrano de Bergerac”, el personaje es tan inconmensurable que incluso el narrador le mira desde abajo, no puede ponerse a su altura. Me gustaría ser capaz de escribir así. Ramón del Valle Inclán miraba a los personajes desde arriba, creo que es la mejor opción para tener una visión de conjunto de la realidad o la ficción que cuentas, ahora hay una tendencia a entrometerse en la vida de los personajes, a comprenderlos, a ser uno de ellos: El autor es omnipotente y debe mostrarlo, debe usar todas las posibilidades del idioma, todos los recursos literarios, y debe ver a sus protagonistas con lejanía. Puede comprender sus errores, e incluso sentir simpatía por ellos, pero la obra está por encima de todo ello. Creo que hay que escribir primero para ti y después para que alguien, algún día, en algún lugar, sienta vibrar dentro de sí lo que has plasmado. Escribir desde los valores de la época y el punto de vista de la época no ayuda a que la obra siga viva.

— ¿Sigue siendo decimonónico y afrancesado? ¿hemos avanzado en un siglo o si le pusiésemos delante una máquina del tiempo se subiría sin dudarlo?
— Vivo en la contradicción; de carácter, alma, pensamiento: decimonónico; pero admiro los avances de la ciencia y la técnica y los uso como puedo. Mi ideal sería recuperar algunos valores decimonónicos (Sin olvidar que esos valores solían pertenecer a unos pocos en realidad) y conjugarlos con las posibilidades tecnológicas de la actualidad, pero comprendo que es imposible. Considero obvio que la técnica ha matado el tipo de vida que amaba. Pongamos algún ejemplo; la fidelidad no muere por cuestiones morales, sino tecnológicas, el tren, el avión te permiten salir de tu ciudad de provincias y volver cuando quieras, ya no estás bajo el jurado de 50.000 pares de ojos, sino que te puede mover por el mundo; los anticonceptivos han hecho más por la pérdida de la fidelidad en las parejas que cualquier desgana religiosa. El mundo no ha cambiado por la pérdida de influencia de las religiones, sino porque la luz eléctrica te permite vivir de noche, porque la medicina te permite hacer excesos que antes no podías, porque vives en un punto del planeta y al mismo tiempo vives en todos. Eso te da una libertad absoluta y no sabemos qué hacer con tanta libertad. El máximo ejemplo es el de la liberación femenina; ahora somos todos iguales, hay más homosexuales que nunca y más parejas que se rompen. ¿Queríais ser iguales? Felicidades, lo habéis conseguido. Pero nadie sabe cómo afrontar esta nueva época, ni los que creen saberlo. Otro ejemplo es la economía asiática; podemos tener cualquier cosa gracias a sus bajos costes de producción, pronto cobraremos menos que ellos si queremos trabajar. Lo que hace agradable el mundo actual impide el mundo que me gusta, el del S.XIX, el de los primeros 40 años del siglo XX.

— Hay muchos sueños que se pierden con los años, pero muchos otros que se afianzan. Cuáles son los suyos.
— He perdido mis sueños. No espero nada. No llegaré a hacer nada de lo que pensaba. Dejé de creer en lo que creía. Sólo espero que el descenso no sea demasiado cruel.

— Le considero un prodigio de la naturaleza: aparte de su oficio de escritor, es gestor cultural, periodista y dueño de la primera editorial independiente de españa "Ediciones Irreverentes" y padre de familia numerosa. ¿Cómo lo consigue?
— No soy un prodigio. He dejado de ser yo y soy un poco de todo eso. Me echo de menos. No me encuentro. Agradezco la oportunidad de ser lo que soy, pero me gustaría tener algún momento para ser yo. Si mi ser tuvo una esencia de algún tipo ya no está.

— Pero ha sido escritor toda la vida, no lo puede negar
— Comencé a escribir cuentos con cinco años. Al parecer desde los dos años me dormía teniendo entre las manos un tebeo o un libro, obligatoriamente. En la adolescencia, mientras otros se dedicaban a perseguir a las chicas del barrio y se preparaban para su futuro lumpemproletario yo me dedicaba a leer libros impropios para mi edad –en las vacaciones de verano leída al menos dos libros por día, hay muchos libros que he leído al menos cinco veces- iba al teatro, veía muchísimo cine, pintaba, estudiaba música y escribía sin parar. Estaba encauzado a la cultura. Escogí periodismo como carrera por error y cuando acabé el doctorado ya estaba convencido de que el periodismo no me interesaba y que quería ser escritor. Ser novelista, ensayista, dramaturgo… Ahora casi no escribo, leo los libros de los autores que llegan a Ediciones Irreverentes. Estoy tumbado en mi sarcófago con papeles, pensando que algún día debería levantarme, pero no sé cómo.

-Supongamos que la Tierra se hunde bajo el mar gracias al interés de la Humanidad en provocar el cambio climático ¿Qué preservaría?
— No creo en el cambio climático. No creo en el fin del mundo, ni en el Apocalipsis, ni en el armagegdon. Las profecías mayas del 2012 me la traen al pairo. Los intereses personales de ese fracasado en política que es Al Gore me dan igual. Las grandes empresas mueven demasiados miles de millones de euros con la historia del cambio climático como para creer lo que cuentan. He pasado en mi vida la crisis de los misiles, el miedo a las explosiones de las centrales nucleares, cuando era niño había sectas que decían que el mundo se iba a acabar en 1975, pasé por el miedo planetario al fin del petróleo, la guerra de Irak iba a expandirse por el planeta por el fanatismo musulmán, el mundo se iba a acabar en el 2000, o al menos , se estropearían todos los ordenadores, he pasado la peste porcina, la gripe del pollo, las vacas locas, la gripe A, todas las terribles pandemias con las que no asustaban esos siervos que son los políticos y los medios de comunicación, … y a cada miedo que se le vendía al planeta, había muchos hijos de puta que ganaban dinero y poder. Ni creo en el cambio climático, ni en el fin del mundo en 2012, ni en la democracia. He dejado de creer. Si acaso pienso que el Réquiem de Mozart seguirá sonando cuando explote el universo, si es que explota.

-Le han comparado con Juvenal, Francisco de Quevedo, Ramón del Valle Inclán, Boris Vian… Representantes del mundo de la cultura han coincidido en que será un clásico. ¿Qué opina?
— De Juvenal, Quevedo y Bocaccio aprendí la ironía; de Ramón del Valle Inclán, Villiers y Barbey d’Aurevilly aprendí cómo se puede escribir; de Rostand y Dumas aprendí lo grande que puede ser un personaje; de Boris Vian la importancia del impacto en la literatura. Soy hijo de todo ellos, pero también de mis padres, de mi barrio, de mi época, de las modas de pensamiento, de mis errores… no sé si lo que me ha formado he sabido transmitirlo a mis escritos. Procuró que cada relato tenga una segunda lectura, que sea como el buen armagnac, que deje un sabor de larga duración en las papilas gustativas. Pero no sé si lo logro. Ha habido bastantes lectores que se han puesto en contacto conmigo para decirme cosas bonitas; se lo agradezco, es la única pista que tengo sobre mi obra.

¿Por qué publicó en Cuadernos del Laberinto?
— La idea de Alicia Arés de hacer un libro pequeño, bonito, concentrado, me subyugó. Contamos con el lujo de las ilustraciones de Marcela Böhm. Era un producto en el que todo resultaba necesario, la forma del libro, el prólogo, que fueran esos dos relatos, las ilustraciones, incluso la fecha de impresión. Hicimos sólo 69 ejemplares para coleccionistas muy amantes. Cuando Alicia me ha propuesto reimprimir me he negado. La gracia es que sea un vino viejo para poquísimos paladares selectos. Estoy dispuesto a cualquier otro proyecto, Pero estos 69 ejemplares han de ser inmutables. Es uno de esos pocos lujso que te permite la vida.

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